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Armando Rueda

Contemporáneos del pasado


Detalle de la portada de la revista Contemporáneos. Letras que dicen "Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga"
Revista Contemporáneos, número 2

El grupo de Contemporáneos fue un proyecto de corta duración. Se creó entre los años 1920 y 1932 y se destacó principalmente por su aporte poético. En la segunda década del siglo XX, México ya contaba con una cultura literaria dada principalmente por autores de narrativa como Federico Gamboa y su obra Santa —que incorporaba el melodrama como parte del imaginario cultural— o Los de debajo de Mariano Azuela. No obstante, como apuntó José María Espinasa en su estudio Historia mínima de la literatura mexicana del siglo XX (2015), la poesía no plantaba aún su terreno, pero sí “la llevó de forma casi natural a encarnar una concepción de la cultura distinta, menos masiva, y en muchos casos conservadora, sin la simpatía que tuvieron otras artes por la ideología revolucionaria” (p. 66); los diversos miembros del grupo construyen y definen precisamente esa cultura "distinta".


Miembros del grupo y sus obras más importantes


El grupo de Contemporáneos se conformó por Carlos Pellicer (1897-1977); José Gorostiza (1901-1973); Salvador Novo (1904-1974); Xavier Villaurrutia (1903-1950); Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949); Enrique González Rojo (1899-1939); Jorge Cuesta (1903-1942); Gilberto Owen (1904-1952) y Jaime Torres Bodet (1902-1974). José Luis Martínez, en su artículo “Contemporáneos” (2018) retomado en la Enciclopedia de la Literatura en México (ELEM), explica que este grupo no fue homogéneo, pero con el paso del tiempo una de sus contribuciones sobre la literatura es que, a pesar de las diferencias, se conformaron como el grupo literario que fueron.


De este modo, las obras más importantes fueron, de Pellicer: Esquemas para una oda tropical (1933) y Colores en el mar y otros poemas (1921); de Gorostiza: Muerte sin fin (1939) y Canciones para cantar en las barcas (1925); de González Rojo: Espacio (1926); de Novo: Nuevo amor (1933) y XX poemas (1925); de Villaurrutia: Reflejos (1926) y Nostalgia de la muerte (1938); de Ortiz de Montellano: Sueños (1933); de Cuesta: Canto a un dios mineral (1942); de Owen: La llama fría (1925) y Novela como nube (1928); y de Torres Bodet: El corazón delirante (1922), Canciones (1922) y Poemas (1924).


Contexto cultural en el que surgió el grupo

Ahora bien, el contexto cultural en el que surge este grupo literario es posterior al grupo denominado el Ateneo de la Juventud —después nombrado el Ateneo de México. De acuerdo con Concepción Reverte Bernal, en su estudio “Los ‘Contemporáneos’: Vanguardia poética mexicana” —publicado en la Revista del Instituto de Lengua y Cultura Españolas (RILCE) en 1986—, las primeras décadas del siglo XX, tras el surgimiento del grupo del Ateneo, el papel de José Vasconcelos durante la Revolución Mexicana (1910) fue uno de labor cultural entre los años 1912-1920 que dio paso a que se germinara el grupo de Contemporáneos (pp. 259-260).

Para recalcarlo, como señala Tomás Granados en su obra Libros del 2017, en los años veinte México mantenía latente la lucha armada, la economía no era estable y se padecía un analfabetismo cercano al 80%. Es en ese contexto en el que Vasconcelos, siendo rector de la Universidad Nacional y secretario de Educación Pública, actúa en favor de la educación de masas: apuesta por la educación de literatura universal, por bibliotecas locales y creación de editoriales como el Fondo de Cultura Económica (FCE), además de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG) (pp. 165-166). Pero no estaría solo en su proyecto, sino que comenzó a involucrarse con miembros que poco después conformaron el grupo literario Contemporáneos y con el paso del tiempo es que se comienza a instaurar esa cultura “distinta”. Después del Ateneo y poco después de la destitución de Vasconcelos en 1924 es que el grupo Contemporáneos “cobra fuerza la tendencia cultural contraria: la del populismo, vinculada a socialismo y comunismo, y que será la que predomine en México amparada por los gobiernos revolucionarios” (Reverte, 1986, p. 260).

De este modo, lo que comenzó como una interacción entre desconocidos poetas, llegó a ser más cercana hasta el punto de generar amistad y dar comienzo a las “manifestaciones literarias colectivas” (Reverte, 1986, p. 261), como la Antología de poesía mexicana moderna (1928); revistas literarias: México moderno (1920-1923), LaFalange (1922-1923), Antena (1924), Ulises (1927-1928), Contemporáneos (1928-1931) (revista que les dio el nombre) y Examen (1932). Además, cabe resaltar la creación de revistas previas y posteriores al tiempo estricto en que se sitúan los “Contemporáneos”; algunas de ellas son: San-Ev-Ank (1918), Letras de México (1937-1947) y El hijo pródigo (1943-1946).


Rasgos e impacto del grupo en la poesía mexicana del siglo XX

Ahora bien, respecto a los rasgos y su papel en la poesía mexicana, los Contemporáneos tenían un papel comprometido con la cultura mexicana; mostraban interés por incluir a la literatura mexicana como parte del circuito del resto de expresiones literarias en el mundo, a partir de su revista es que se trató de “elevar lo mexicano a lo universal”, como afirma Reverte:


En su propósito universalista Contemporáneos recogía artículos e ilustraciones de artistas de europeos y norteamericanos y traducciones de ellos, así como firmas de la vanguardia española e hispanoamericana […] Este afán de elevar lo mexicano a un plano universal fue repetidamente declarado por los miembros de Contemporáneos. (1986, p. 262).

Así, esta concepción llevó a Reverte (1986, p. 266-267) a considerar el grupo como uno vanguardista hispanoamericano y de ahí es que se logran abstraer algunos rasgos más importantes, entre ellos: una visión epistemológica de la poesía y su uso como medio de reflexión para profundizar en temas como el de la muerte —señalado por Espinasa como un tema general en el grupo (2015, p. 71)—; usar la poesía como juego para expresiones de soledad y angustia a través del humor e ironía; búsqueda de una “poesía pura” yendo en contra de tradiciones como la belleza, la métrica y el lenguaje plano y hermético, en cambio apelaban por el prosaísmo, el verso libre, el uso abstracto como función comunicativa. Además, también usaban la metáfora como recurso principal. No obstante, como lo recalca Reverte, estas características en la poesía vanguardista apelaba a una poesía minoritaria, muchas veces señalada como hermética y los Contemporáneos también pasaron por esa etapa artística (1986, p. 267-268).

Finalmente, la construcción de esta cultura “diferente” a través de la poesía, como lo apunta Espinasa (2015, p. 87-90), en la tercera década del siglo se estableció como una polémica nacionalista: la poesía y la elevación nacionalista como parte de la ideología, en la que no fue fácil que la poesía minoritaria ganara terreno como el resto de las artes. Además, esa poética era mucho más densa y provocaba que fuera más difícil de comprenderla y ello se tradujo en una ideología igualmente poco transparente con el paso del tiempo. Pero su trabajo crítico sobre la poesía mexicana ayudó a mantener vivo el proceso de construcción sobre este nuevo imaginario colectivo: cómo hacer y cómo leer la poesía.



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