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M. J. Villanueva

Cuéntame del eclipse

Durante un eclipse anular, la Luna se alinea entre el Sol y la Tierra, pero desde un punto más lejano del planeta, lo que le da un aspecto más pequeño. No bloquea la vista completa del Sol, por lo que cuando la Luna esté frente a él, se verá como un disco oscuro encima de uno más grande y brillante. Esto crea lo que parece un anillo alrededor de la Luna (NASA, 2023).


La sombra de la Luna sobre la Tierra no es muy grande, por eso solo se puede ver en pocos lugares de nuestro planeta. En promedio, se puede observar un eclipse en el mismo lugar en la Tierra solo durante unos minutos, cada 375 años (Space Place NASA Science, 2022).


Sin embargo, los eclipses no solo son fenómenos astronómicos, sino también biológicos, meteorológicos e inclusive energéticos. Algunos de los sucesos que pueden ocurrir son: disminución de la temperatura, cambio de dirección del viento, cambio en el comportamiento de los animales y el efecto gravitacional (BBC News, 2017).


Los eclipses inciden de manera directa en el comportamiento de los animales, quienes alteran sus rutinas ante el cambio repentino de luz. Es común ver cómo cuando cae una noche inesperada, diversas especies regresan a casa para disponerse a dormir. Esto es así porque los animales rigen su día con base a la cantidad de luz solar que perciben. De ahí que las especies diurnas se dispongan a descansar, ante una noche precipitada. De la misma manera, los animales nocturnos salen de repente: los murciélagos se dispersan, los lobos aúllan, y las lechuzas emprenden vuelo mientras los demás duermen. Se sabe, incluso, que algunas arañas deshacen sus entramados, como lo harían al fin de un día normal (National Geographic, 2020).


Así también, diversas especies acuáticas regresan a sus actividades nuevamente, engañados por la repentina oscuridad. En 2010, Zimbabue registró cómo los hipopótamos abandonaron los ríos para alimentarse en tierra firme, al percibir el cambio en luz. Al término del eclipse, desistieron en el intento y volvieron a lo que estaban haciendo (National Geographic, 2020).

  

A continuación, presento la repercusión que el eclipse tuvo en mí. La primera parte consiste en un conjunto de versos prosificados inspirados en la leyenda maya de Ixchel e Itzamná, diosa de la Luna y dios del Sol, respectivamente. La segunda parte consta de un testimonio propio.

 

Nos volvemos a encontrar amor mío. Las constelaciones juegan a nuestro favor y yo soy fruto de su veneración. Los recuerdos de nuestra juventud en la Tierra, deidades mortales, invaden mi mente con una arrolladora pasión. La disputa por mi amor, causante de tu fallecimiento. La perennidad no ahoga el grito que causa la memoria del suceso. ¡Oh, mi hermana, diosa del suicidio! Sé que se arrepiente de propiciar mi muerte, pero la vida es una probada de la eternidad. Tú me diste brillo y estrellas y yo admiro el lugar donde inició nuestro apasionado amor. ¡Cuánto he esperado nuestro encuentro! La unión de nuestros cuerpos, tan poderosa, tan ardiente, no puede ser visto por ojos ilusos y terrenales. El calor, la energía; sin pensar giro alrededor tuyo, porque de este amor intenso no huyo. Energéticamente enlazados, movemos el dinamismo astrológico; nos sienten, te siento, tan cerca de mí amor. Rodeados por el calor, cuerpo y alma gritan con furor. Soy el principio de feminidad y dependencia, pero nuestros alejados encuentros me sumen en el sufrimiento. ¿Que si me duele? Un poco te confieso, mas no hay herida que me aleje.

 

No fue un sábado cualquiera; la espera e incertidumbre llenaba el aire que respirábamos. Casi no pude dormir; en parte creo que fue la emoción y en otra fue la energía trasmutada que el propio suceso estaba ocasionando. Me levanté temprano, cerca de las ocho y media de la mañana. Un día antes, mi madre y yo compramos un par de gafas especiales a la vecina de enfrente. Pasaron minutos que se sintieron horas. Tomamos café y platicamos escuetamente, siempre distraídas con el reloj o con los constantes vistazos a la terraza. Nuestros gatos y perro dormían plácidamente


Desde el patio, pudimos observar como el sol poco a poco se alejaba de nuestro hogar. El cielo se observaba nublado, como si una tormenta torrencial se avecinara. Los colores cambiaron; una nitidez se tornó oscura, transformándose después en tonalidades sepias. Fue como estar dentro de una fotografía de Ansel Adams, pero con tonos marrones obscuros y menor contraste.


En el suelo se reflejaron varias pequeñas lunas, casi uñas, que traspasaban las hojas de los árboles. Por momentos mi madre y yo admirábamos el empíreo, que desde nuestra perspectiva se atisbaba como un sol brillante, delimitado por una delgada línea obscura.


Semanas antes, la desolación, la depresión y la melancolía arrasaron mi mente y alma. No podía moverme, no podía mantener los ojos abiertos o al cerebro vaciarlo de pensamientos. Existía. Creo que lo hice. Aunque pasaban los días y no me encontraba. Mi madre dijo que era el eclipse; yo culpé a mi trastorno. Sin embargo, aquel sábado fue un punto culminante, un cierre espiritual; tomé conciencia y reflexioné sobre mis patrones; fue una revelación de la verdad oculta. Me deshice de la dependencia y el apego y, entre el proceso de soltura, tuve un momento de lucidez artística. Escribí y escribí. Estuve estancada, pero la energía propiciada por el eclipse me movió, me transformó. Abrí los ojos. Una epifanía. Jamás había sentido un despertar tan catártico en mi vida.

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