Eduardo Lizalde nació el 14 de julio de 1929 en la Ciudad de México. Es reconocido dentro de la literatura mexicana como uno de los escritores de mayor presencia, no incursionó únicamente en la rama de la poesía, también lo hizo en el cuento, el ensayo, la novela y la edición, además de ser catedrático en la Universidad Nacional Autónoma de México, misma casa de estudios en donde él se formó.
Lizalde intervino como editor de su propia producción poética, colaboró en diversas revistas literarias; sus primeros poemas vieron la luz en el periódico El Universal. En un momento de su trayectoria, junto a Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca, tuvo la iniciativa de renovar la dirección de la poesía mexicana, a este movimiento lo nombró Poeticismo, en donde el trío pretendía: “sentar sus bases teóricas en la ‘univocidad’ de la expresión poética para combatir la vaguedad e imprecisión verbal y conceptual” (Diccionario de escritores mexicanos siglo XX, s.f.), el movimiento no tuvo éxito, y sobre ello Lizalde habla en su libro Autobiografía de un fracaso. El poeticismo (1981).
De la extensa gama literaria de Lizalde, se encuentran algunos textos de poesía: La mala hora, 1956; Odesa y Cananea, 1958; La sangre en general, 1959; Cada cosa es Babel, 1966; El tigre en la casa, 1970; La zorra enferma, 1974; Caza mayor, 1979; Memoria del tigre, 1983; Tercera Tenochtitlán, 1983; Tabernarios y eróticos, 1988; Rosas y Otros tigres, 1999; Algaida, 2004; Baja traición. Crestomatía de poemas traducidos, 2009. Entre sus cuentos destacan: La cámara, 1960 y Almanaque de cuentos y ficciones, 1955-2005. Por su parte, en la novela encontramos Siglo de un día, 1993. Dentro de sus ensayos sobresalen: Luis Buñuel, odisea del demoledor, 1962; Autobiografía de un fracaso. El poeticismo, 1981 y La ópera ayer, la ópera hoy, la ópera siempre, 2004.
De los premios que ha recibido, destacan el premio Xavier Villaurrutia (1970) por su obra El tigre en la casa; premio Nacional de Poesía en Aguascalientes (1974) por la Zorra enferma; El premio Nacional de Ciencias y artes en el área de Lingüística y Literatura (1988); el premio Iberoamericano Ramón López Velarde en 2002; el premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2013) y el premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en español (2017).
Luis Ignacio Helguera señala que el poemario El tigre en la casa le permitió a Lizalde llegar a una madurez literaria, donde el poeta toca temas más personales y muestra el desencanto de cada uno de ellos (2012, pp.4-5). De este modo, encontramos los siguientes rasgos a lo largo de la obra: Presencia de animales como símbolos, muerte y violencia, nihilismo y pesimismo, inteligencia y pasión, misantropía, amor y desamor.
Para ilustrar estos rasgos, observemos como en el poema 6, ubicado en el apartado Grande es el odio de El tigre en la casa, se desarrolla el tropo de la escritura, Lizalde aquí describe con cualidades felinas a los versos, comenzando el poema de la siguiente manera:
De pronto, se quiere escribir versos
que arranquen trozos de piel
al que los lea
El uso de la violencia en estos versos remarca la intensión del yo lírico para estimular las sensaciones del lector.
En el poema “Monelle”, ubicado en la sección Lamentación por una perra, del mismo poemario, encontramos que hay una referencia a la protagonista del libro de Marcel Schwob titulado El libro de Monelle (2005) en donde la protagonista es “una trabajadora de espíritu infantil, que vivía de manera más que humilde y que, en ocasiones, había practicado la prostitución” (p. 4). Lizalde en su poema se enfoca en resaltar, en un primer momento, la imagen femenina, mencionando que:
También la pobre puta sueña.
La más infame y sucia
y rota y necia y torpe,
hinchada, renga y sorda puta,
sueña.
El pesimismo que contienen estos versos se remarcan con el uso del polisíndeton para resaltar la condición que, un primer momento, parece ser exclusiva de Monelle, pero al llegar al final del poema descubrimos que es un destino común:
He ahí el camino para todos:
soñar y corromperse a una.
En la primera sección de El Tigre en la casa, llamada Retrato hablado de la fiera”, en el poema 3 vemos un epígrafe perteneciente al poema “Si yo digo ‘amor’, quiero decir…” de Rubén Bonifaz Nuño. El poema de Bonifaz Nuño tiene como tema central el conocimiento de un amor pasado, algo similar nos relata Lizalde en el poema “Recuerdo que el amor era una blanda furia / no expresable en palabras”, aquí el amor es ese tigre que “mordía con sus colmillos de azúcar / y endulzaba el muñón al desprender el brazo”, este sentimiento es para el yo lírico un recuerdo doloroso, lo intuía “a través de los árboles —aun no siendo frutales— / daban por dentro resentidos frutos amargos”, observemos como Lizalde emplea el oxímoron para resaltar lo contradictorio que es el amor.
En el siguiente poema, el número 4, Lizalde continúa con el tema del amor, pero ahora, el yo lírico habla de cómo se acaba con el paso del tiempo, esto lo podemos leer en los primeros versos:
Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos.
En esta estrofa el poeta compara al amor con “verduras pobres” que se comen las vacas, símbolo del tiempo dentro del poema, dejando solo el lado áspero de la tierra, contraponiendo así los tiempos felices del amor y los desolados, donde solo quedan los recuerdos. El poeta recurre a la reiteración de la palabra “Que tanto y tanto…” para demostrar que es inexpresable el amor que sentía; concluye su poema con una evocación a personas de diversas posiciones sociales para decir que el dolor se iguala en todas las personas cuando el amor acaba. Sólo al concluir el poema comprendemos que todo aquello que hemos leído previamente como una petición o una profecía, es, en realidad, una lamentación:
Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.
Sin duda, la voz poética de Eduardo Lizalde enriquece a la poesía mexicana del siglo XX, el poeta conecta y recrea los símbolos y las alegorías a través de sus obras. Es El tigre en la casa una obra “investida de violencia y de un sentimiento nihilista que se expresa por imágenes de una atroz belleza” (Helguera, 2012, p. 6), definiendo su estilo de manera muy peculiar, haciéndolo de manera directa y violenta, mostrando al yo lírico desencantado del amor a través de la cruda realidad.
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