Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, mejor conocida como Pita Amor, fue una de las autoras más destacadas dentro de la lírica mexicana del siglo XX. La obra de esta poeta sorprendió por irrumpir de forma tajante en un panorama literario dominado por hombres, también por la marcada contradicción entre el carácter metafísico y místico de su obra, frente a la personalidad excéntrica y narcisista de la autora, que en innumerables ocasiones estuvo en el ojo del huracán por desafiar las imposiciones sociales de la época.
El año de nacimiento de Guadalupe Amor no es seguro, se cree que ella misma pudo alterar la fecha, hay algunos autores que señalan que pudo ser en 1918 y otros afirman que en 1920, aunque coinciden en que fue el 30 de mayo en la Ciudad de México, en el seno de una familia de origen aristocrático económicamente venida a menos después de la Reforma Agraria. Durante su época de juventud, tras una breve incursión en el teatro y el cine, Pita se interesó por el grupo de los Contemporáneos, tan polémico en ese entonces, y comenzó a frecuentar lugares como el Café París, en donde conoció a autores como Jaime Torres Bodet, Salvador Novo o Xavier Villarutia, quien la influyó en gran medida a través de sus décimas.
Fue en este ambiente rodeada de escritores y de artistas plásticos —tuvo la amistad de Diego Rivera, Juan Soriano y muchos otros pintores— que Pita dio a conocer sus primeros poemas y, bajo la tutela de Edmundo O'Gorman, en septiembre de 1946 publicó Yo soy mi casa, su primer poemario.
Ya desde este momento la autora mostró algunas características que acompañarían el resto de su producción poética, como la escritura en primera persona, el yo lírico fragmentario, la estructura clara y la métrica cuidada. Así mismo, en esta obra ya se vislumbra a la poesía como un particular y preciso vehículo de expresión a través del cual la autora ahonda en la incertidumbre existencial que la acecha. Aunque estos poemas son profundamente personales, exceden la mera cavilación subjetiva y se convierten en reflejo de la angustia humana, pues, como ya anotó Margarita Michelena: “la poesía de Guadalupe Amor no es nunca testimonio del deleznable acaecer biográfico, sino relato estremecido de los sucesos superiores del ser. Es, pues, poesía de carácter universal, y aquí el poeta es siempre intenso, vigilante y fiel protagonista del drama espiritual del hombre, de su nostalgia de origen, de su desamparado terror frente a la muerte y de la espantosa necesidad de Dios” (en Schuessler, 2009, p. 293).
En Yo soy mi casa y en el resto de sus obras —Puerta obstinada de 1946, Círculo de angustia de 1948, Polvo de 1949, Más allá de lo oscuro de 1951 o Todos los siglos del mundo de 1959—, Amor, con un perpetuo tono de angustia y orientada siempre a la introspección para descifrar su propia identidad, recorre una y otra vez temas como la soledad, la vanidad, el destino, la muerte y, principalmente, temas de carácter metafísico, como Dios o el enigma de la existencia humana. Por ejemplo, en el poema conocido como “Casa redonda”, Amor anota:
De mi barroco cerebro,
el alma destila intacta;
en cambio mi cuerpo pacta
venganzas contra los dos.
Todo mi ser en pos
de un final que no realiza;
mas ya mi alma se desliza
y a los dos ya los libera,
presintiéndoles ribera
de total penetración.
Como parte de la búsqueda para descifrar su identidad, en este fragmento el yo lírico hace una descomposición de su ser, transitando desde lo interno a lo externo, para plasmar la contradicción existente entre su alma —la parte imperecedera de su ser— y su cuerpo —la parte material y caduca—. En medio de estos dos polos hay un intermedio, la inteligencia, que es etérea, pero a la vez está asida al cerebro. Así mismo, podemos observar un adelanto de la rigurosidad métrica que caracterizará a su obra posterior. El poema está escrito en verso libre, pero cuenta con cierta regularidad a partir del dominio de octosílabos y la rima consonante. Además, en conjunto, estas dos estrofas que forman la parte V del poema, suman 10 versos y siguen la estructura clásica que utilizará posteriormente en sus famosas décimas.
En sus siguientes obras, Pita Amor deja de lado el verso libre tan usado en la época y retoma formas poéticas clásicas, como el soneto, la décima o la lira. Particularmente, es notable la aseveración de Michael Schuessler, quien señala que la autora fue la mayor cultivadora de estas formas en la lírica mexicana del siglo XX, tanto así que muchos de sus poemarios llevan en el título el nombre mismo de tales formas (2018), como los casos de Décimas a Dios (1953), A mí me ha dado en escribir sonetos (1981) y Liras (1990).
Como mencionamos, Amor cambia la forma de sus poemas, pero no los temas. Por ejemplo, en el siguiente soneto, ubicado en Más allá de lo oscuro, la autora vuelve sobre la incertidumbre metafísica respecto al ser y al antagonismo entre lo inmarcesible y lo perecedero de su cuerpo.
¿Por qué me desprendí de la corriente
misteriosa y eterna en la que estaba
fundida, para ser siempre la esclava
de este cuerpo tenaz e independiente?
¿Por qué me convertí en un ser viviente
que soporta una sangre que es de lava
y la angustiosa oscuridad excava
sabiendo que su audacia es impotente?
¡Cuántas veces pensando en mi materia
considéreme absurda y sin sentido,
farsa de soledad y de miseria,
ridícula criatura del olvido,
máscara sin valor de inútil feria
y eco que no proviene de sonido!
Sin dejar de lado el característico tono angustiante de su poesía, Pita recurre al monólogo para plasmar el desasosiego del yo lírico ante el arcano de su condición humana. El inicio de las tres estrofas con pronombres interrogativos marca el imperante tono de duda. En los dos cuartetos, por medio de la interrogación retórica, el yo lírico se cuestiona el por qué de su desprendimiento de la unidad eterna que formaba con Dios, pues sabe que se ha convertido en un cuerpo perecedero. Debido a esto la sangre de su cuerpo la quema y la consume, pues si bien esta la hace un ser viviente, también es esta la que la condena a la futilidad y oscuridad terrenal, pues, por más que lo intente, no podrá alcanzar la luz de la consciencia divina. Así, en los tercetos, por medio de la exclamación hace una amarga amplificación sobre lo absurdo de su condición humana, como si su existencia se tratara de una simulación o de una broma de segundo plano frente a la eternidad de Dios.
A causa de este acercamiento a Dios (particularmente visible en Décimas a Dios, Sirviéndole a Dios y Ese Cristo terrible en su agonía) y al retorno a temas y formas clásicas, las obras de Guadalupe Amor han sido vinculadas a la poesía mística española de los Siglos de Oro, ubicando entre sus antecesores a San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Sor Juana. De hecho, la comparación con esta última fue amplia. A decir de Schuessler, después de Sor Juana, Pita Amor es la poeta mexicana más famosa, celebrada y encomiada (2009), y no por nada Salvador Novo la bautizó como “la undécima musa”.
Alimentadas por su figura autoral excéntrica, las obras de Pita Amor también estuvieron rodeadas de polémica —incluso hubo quienes desconfiaron de su autoría, pues dudaron que una mujer tan “frívola” pudiera albergar tanta inteligencia—. No obstante, la calidad de su obra poética le valió la admiración y la crítica favorable de reconocidos autores, como Efrén Hernández, Juan José Arreola, Margarita Michelena y el propio Alfonso Reyes.
A pesar del amplio reconocimiento de su poesía, las obras de Pita Amor, al igual que las de muchas otras autoras, han permanecido en el olvido por mucho tiempo y han merecido pocas ediciones o reimpresiones. Aunado a esto, pareciera que la personalidad de la autora opacó su producción literaria, pues gran parte de la bibliografía disponible se centra en lo anecdótico de su vida más que en el estudio propiamente de su obra. Aunque con la pasada celebración de su aniversario número cien, esta situación cambie próximamente; una manifestación de esto podría ser la edición del 2018 de su novela Yo soy mi casa por parte del Fondo de Cultura Económica, o la nueva antología poética, coordinada por Eduardo Sepúlveda Amor (sobrino de la autora), titulada Pita Amor: un caso mitológico.
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