Octavio Paz Lozano nació el 31 de marzo de 1917 en Mixcoac y falleció el 19 de abril de 1998 en Coyoacán, México. Hijo de Josefina Lozano, de padres andaluces, y Octavio Paz Solórzano, mexicano, creció en un entorno familiar de raíces políticas y literarias. Su abuelo, Ireneo Paz, era un soldado retirado del ejército de Porfirio Díaz, que además de una carrera militar, había construido otra como intelectual; se desempeñó como impresor, periodista y autor de novelas históricas a lo largo de su vida. Su padre, Octavio Paz Solórzano, era abogado y periodista, militó en el zapatismo durante los años de la Revolución; participó también en la reforma agraria y en el movimiento vasconcelista. Por ello fue un padre ausente por mucho tiempo y su hijo creció bajo la tutela materna, pero también de la de su tía y su abuelo, quienes lo iniciaron en la literatura a muy temprana edad.
Poeta, ensayista, traductor y diplomático mexicano, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1990 y el Premio Cervantes en 1981. Es considerado uno de los más influyentes autores del siglo XX y uno de los grandes poetas de todos los tiempos. Protagonista activo de la vida cultural de México en el siglo XX, fue director de revistas como Taller, Plural o Vuelta e interlocutor del pensamiento de Oriente y Occidente.
Influenciado desde la niñez en la política y las letras, no es extraño que a lo largo de su vida ejerciera activamente en ambos campos. Su curiosidad lo llevó a interesarse en los principales acontecimientos políticos e intelectuales de su tiempo. Por lo que al mismo tiempo que publica su primer poema “Mar de día” (1931), participaba en debates y grupos de discusión política donde nace su pasión crítica, que le acompañaría a lo largo de su obra poética y ensayística, dando como resultado algunas de sus más emblemáticas obras, entre las que destacan: El laberinto de la soledad (1950), retrato de la sociedad mexicana; ¿Águila o sol? (1951), libro de prosa de influencia surrealista; y El arco y la lira (1956).
Paz en un poeta difícil de encasillar, su poesía pasó por diferentes etapas: poeta neomodernista en sus comienzos; más tarde, poeta existencial; y, en ocasiones, poeta con tintes de surrealismo. Sin embargo, ninguna de estas etiquetas termina de describir a Octavio Paz, quien nunca echó raíces en ningún movimiento y se mantuvo alerta ante los cambios que se iban produciendo en el campo literario. Su poesía era principalmente una manifestación personal en constante transformación según el contexto que le rodeaba.
Son cuatro las etapas que marcan la vida y obra del poeta: sus comienzos literarios en México y el viaje a España durante la Guerra Civil (1929-1937); su estancia en París (1946-1951) y su relación con la izquierda no alineada; más tarde su largo periodo en Oriente (1951-1953 y 1962-1968); y por último los años que pasó en México donde se instaló de manera definitiva en 1971.
En sus inicios “el estilo de Paz da cuenta de un lirismo más bien intimista, con ecos románticos típicos del modernismo. Sus temas son previsibles en un poeta adolescente: el descubrimiento del erotismo y del deseo como enfermedades incurables; la naturaleza como símbolo de la mujer; la poesía, metáfora de la mujer amada; el lenguaje como herramienta insuficiente para expresar la fuerza de las emociones; y, por último, la soledad” (Nettel, 2014). Como puede notarse su primer plaquette Luna silvestre (1933), conformado por siete poemas.
Mudo seré, en el nocturno Amor,
vigilando memorias y recuerdos.
Amor, quedan las voces agotadas
el silencio seré de tu silencio.
Luna silvestre tuvo poco reconocimiento en su momento, pero en él ya se vislumbraba una poesía que, a decir de Rafael Alberti, aspiraba a transformar el lenguaje y se distinguía de la de sus contemporáneos (ELEM). Paz busco unir la labor creadora con las preocupaciones históricas que le rodeaban, y aunque tocó tópicos como el erotismo, la naturaleza, la soledad y el tiempo siguieron siendo constantes en la poética de Paz, las luchas sociales e ideológicas que caracterizaron al mundo en los años treinta tomaron protagonismo. En poemas como “¡No pasarán!” (1936), Paz habla en defensa del Ejército Republicano que en ese momento empezaba a sofocarse bajo el franquismo. Y un año después publica Raíz del hombre y Bajo tu clara sombra, en los cuales hay varios textos explícitamente escritos en protesta por el ascenso de la dictadura en España.
Hay inválidos campos
y cuerpos mutilados;
vidas secas y cenizas dispersas;
cielos duros llorando
los huesos olvidados;
hay un terrible grito en toda España,
un ademán, un puño insobornable,
gritando que no pasen.
No pasarán.
El poema “¡No pasarán!” coloca a Paz en el ojo del huracán, especialmente entre escritores contemporáneos y puristas. Los primeros aplaudieron y felicitaron al joven poeta por haber comprendido que la poesía tenía que cumplir un papel importante en la guerra contra el fascismo; los segundos, los poetas que defendían la poesía pura, etiquetaron al poema de propaganda comunista. Sin embargo, esto no evitó que Paz continuara con su labor crítica y en 1940 aparece “Entre la piedra y la flor”, un extenso poema de temática social, que aborda la realidad social del campesino mexicano. El poema denuncia la explotación de los trabajadores yucatecos que cosechan henequén, “en dicho texto, el hombre aparece reducido a un estado mineral, a punto de morir de sed y al mismo tiempo muy apegado a la vida” (Nettel, 2014).
Entre la piedra y la flor, el hombre:
el nacimiento que nos lleva a la muerte,
la muerte que nos lleva al nacimiento.
El hombre,
sobre la piedra lluvia persistente
y río entre llamas
y flor que vence al huracán
y pájaro semejante al breve relámpago:
el hombre entre sus frutos y sus obras.
Como su propia visión del mundo y de la libertad, el poema –como tantos otros– fue cambiando de forma. La versión definitiva no será publicada sino treinta y nueve años después de su estancia en Yucatán.
En lo que respecta a los tintes surrealistas del poeta, el surrealismo fue para Paz, como afirma Adolfo Castañón, “una inspiración moral, una fuente de aliento ético y de aliento espiritual, una guía de conducta en el laberinto de la cultura y de la historia”. Dicha empatía con el surrealismo se hace visible en obras como ¿Águila o sol? (1951), Semillas para un himno (1954), La estación violenta (1958) y Salamandra (1962).
Las constantes reediciones de sus textos, así como el cambio en su enfoque temático, no solo se deben al contexto que le rodeaba, sino también al crecimiento lírico y crítico del poeta. Los críticos concuerdan en que “Piedra de sol” fue la culminación de su madurez poética. A decir de José Emilio Pacheco (1971) “Piedra de sol” es la obra maestra de Octavio Paz, y en efecto, poco después de su publicación, en 1957, el texto se consagró como clásico de la literatura.
Los quinientos ochenta y cuatro endecasílabos blancos que forman el poema tienen como asunto central el devenir del tiempo. Como dice Guillermo Sucre (2009) “este largo poema es la culminación y síntesis. En él no solo se dan todos los elementos contradictorios de la poesía de Paz, sino que se proyectan esta vez en una dimensión mítica y a la vez existencial” (ELEM).
voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,
corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos lo veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años
La estructura del poema refleja la complejidad de temas que van del erotismo al trasfondo mítico. No es un poema de protesta social, Paz va más allá: elegía, amor, protesta, aceptación, renuncia, contentamiento y desesperación, se unen en un todo homogéneo. “Piedra de sol” es un poema clave en la poética de Paz que, en palabras de Ramón Xirau (1971), presenta ante los ojos del lector —y sus oídos— una de las obras capitales de la literatura contemporánea.
Paz dedicó hasta su último aliento a reflexionar sobre la finitud de los hombres, la naturaleza del tiempo y la futilidad de la existencia humana. Más allá de si uno compagina o no con sus reflexiones, es indudable el valor lírico y cultural de su obra, donde la conciencia de la otredad, el encuentro con otras visiones religiosas, la espiritualidad, el erotismo, el lenguaje y la denuncia son solo algunos elementos que convirtieron a Octavio Paz en el gran poeta mexicano del siglo XX.
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