En los últimos años se ha utilizado, erróneamente, el término literatura indígena para designar y agrupar a las producciones poéticas que se hacen en las lenguas originarias del continente americano. Este término ignora las diferencias existentes entre las 68 lenguas indígenas que se hablan en el territorio que hoy conocemos como México, especialmente cuando los únicos rasgos en común son su relativa cercanía geográfica y la discriminación que han vivido desde la época colonial. Ante esto podemos entender que la literatura indígena no existe, lo que sí existe son literaturas escritas en diversas lenguas: zapoteco, mixe, otomí, amuzgo, chontal, tu´un savi, por mencionar algunas, y cada una de ellas forma parte del panorama literario de México.
En la actualidad, gracias a la difusión y publicación de textos en estas lenguas, se ha discutido sobre su estética y temas. Durante muchos años se ha encasillado a la poesía escrita en lenguas indígenas como un puente que conecta con sus raíces contando los mitos, leyendas y costumbres de sus pueblos; la escritora y lingüista Yásnaya A. Gil (2022) nos recuerda que resulta completamente insostenible por falta de evidencia asumir que lenguas tan distintas pertenecientes a once orígenes filogenéticos radicalmente diferentes tienen las mismas estrategias poéticas. Gran parte de la producción poética alrededor del mundo ha abordado temas como el hogar y la identidad de los poetas, tan similares y opuestos según el contexto que les rige. En lo que respecta a las lenguas indígenas no es diferente, sus temas pueden ser tan complejos o sencillos como los de cualquier otra lengua.
Sin embargo, existe una constante que hace diferente a la poesía escrita en lenguas indígenas de la escrita en español, y esta es la censura y sistemática discriminación a la que han sido sometidas las comunidades, pueblos y naciones indígenas y, por ende, sus poetas. La poesía escrita en lenguas indígenas es, en sí misma, una poesía de resistencia, pues sus lenguas y voces han sido silenciadas no solo en el pasado, sino también en el presente. Gran parte de los y las poetas indígenas iniciaron su formación literaria leyendo y escribiendo poesía en español. Desde temprana edad se les obliga a dejar a un lado su lengua materna y aprender el español y a integrarse a una sociedad monolingüe. Esto, más la poca difusión de textos escritos en lenguas indígenas, provoca que se olvide y deje de enseñar a la siguiente generación la lengua materna.
Prueba de ello es la escasa o nula existencia de libros en lenguas indígenas en las bibliotecas y que en las librerías sean muy pocos los que están en venta, en la mayoría de los casos son los mismos autores los que se encargan de la distribución de sus libros (Castellanos, 2017). Resulta fácil culpar a la falta de textos en lenguas indígenas por el analfabetismo de sus comunidades, incluso habrá quien crea que la disminución entre sus hablantes y de la escasez de textos escritos se debe a que son lenguas enteramente orales sin alfabeto o registros escritos. Si bien es cierto que la oralidad tiene un papel fundamental en las lenguas indígenas, tampoco podemos ignorar los vestigios de “escritura en piedra, los códices y la larga tradición colonial en el abecedario latino que se vio mermada y casi desaparecida con la independencia, cuando el gobierno dejó de aceptar los textos en lenguas indígenas” (Gil, 2020).
En México existen prejuicios hacia los indígenas, prejuicios que han sido alentados durante muchos años por famosas figuras de la literatura, como Octavio Paz quien dijo que apoyar a los pueblos indígenas representa un regreso al pasado y que nuestra puerta hacia el mundo es el idioma español o Luis Gonzales de Alba que aseguró que los individuos de la cultura perdedora deben sumarse a la vencedora o desaparecer. Estos pensamientos no son casos aislados, detrás de ellos existía y existe una sociedad entera que piensa que esta es la única verdad. Estos prejuicios se traducen en la prohibición de hablar las lenguas ajenas al español; provocando que los pueblos se avergüencen de lo que fueron, de lo que son y de esta manera olviden su pasado, dejando en claro que las lenguas no desaparecen, las obligan a desaparecer. No es una simple casualidad que las escuelas sean incapaces de dar una formación educativa en otra lengua que no sea el español, o que los hispanohablantes desconozcamos las lenguas que se hablan en nuestras localidades.
No es hasta la década de los ochenta que se abrieron posibilidades de hacer literatura en las diversas lenguas maternas con la aparición de publicaciones como la Ojarasca, suplemento mensual del periódico La Jornada, que por más de 30 años ha publicado a los escritores indígenas; y así como hubo figuras que alentaron la desinformación y los prejuicios contra los pueblos indígenas, hubo otros que no solo apoyaron, sino que impulsaron nuevos espacios para la difusión y reconocimiento de textos escritos, por ejemplo Carlos Montemayor y Natalio Hernández quienes impulsaron la creación del premio Nezahualcóyotl de literatura en lenguas mexicanas, instituido en 1993 por la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas (DGCPIU) de la Secretaría de Cultura con el propósito de estimular la creatividad literaria de los y las escritoras indígenas de México, así como su contribución a la literatura nacional por medio del reconocimiento de los creadores que han incorporado la riqueza expresiva de las lenguas y culturas indígenas a los géneros de la literatura contemporánea.
Hasta el día de hoy se han premiado y publicado a veinte poetas, entre ellos al escritor zapoteco Javier Castellanos en 2020 por su novela Gaa ka chhaka ka ki (Relación de hazañas del hijo del Relámpago) y a la poeta Natalia Toledo en 2004 por su poemario Guie’ yaase (El Olivo Negro).
El Premio Nezahualcóyotl ha sido precursor de otras distinciones que se han sumado al reconocimiento de la literatura en lengua materna, como es el caso del Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA), creado en 2013, y el Premio Centzontle de la Ciudad de México, instituido en 2015, también conocido como Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Centzontle. Entre sus ganadores destaca la poeta bilingüe Nadia Ñuu Savi (Nadia López), quien recibió el premio en 2017 por su libro Ñu´ú Vixo (Tierra mojada) escrito en tu’un savi (mixteco)-español (ELEM).
Otras figuras de gran relevancia en la creación, difusión y enseñanza de las lenguas indígenas son las poetas Briceida Cuevas y Margarita León. Briceida Cuevas es miembro fundador de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas de México. Ha publicado poemas en diversas revistas y periódicos de circulación nacional e internacional, en 2018 recibió la Medalla Wikaráame al Mérito en Lenguas de América, en la Feria del Libro de Chihuahua, por su trabajo y logros en la recuperación de las literaturas indígenas. Sus poemas en maya están reunidos en antologías como Flor y canto: cinco poetas indígenas del sur (1993), Ik’t’anil ich Maya’ T’an, poesía contemporánea en lengua maya (1994) y Las lenguas de América. Recital de poesía (2005). Y la poeta Margarita León, psicóloga de la educación y maestra en Psicología cognitiva y aprendizaje de la Universidad Autónoma de Madrid y FLACSO Argentina. Ha participado en diferentes recitales en México y el extranjero. Ha publicado narrativa y artículos sobre la poética originaria. Diseñó e imparte el taller de creación poética originaria en lengua Hñähñu, Tepehua y Náhuatl en comunidades de su estado, y presentó en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería 2015 el libro Palabra que Ilumina (Chaves, 2019). En 2016 publicó el libro Sanjua. Donínoya Otomí en la editorial Piedra Bezoar que, activamente, impulsa la publicación de documentos en diversas lenguas maternas para distribuirlos de forma gratuita.
Ahora se comienza de nuevo a escribir y en muchos casos a darle continuidad a una tradición escrita interrumpida, que los hablantes también han olvidado. Los y las poetas indígenas han recorrido un largo camino y queda mucho por explorar, pues, aunque los avances han sido prometedores, su público es escaso, incluso entre aquellos que comparten su lengua.
Yásnaya A. Gil, como otras y otros escritores indígenas, expresa su deseo de que algún día las comunidades, pueblos y naciones indígenas tengan acceso a su lengua escrita y oral como cualquier hablante. Que las producciones en sus lenguas maternas tengan tantos espacios y reconocimiento como aquella escrita en español, donde “sus simpatizantes tengan la voluntad de conocer sin prejuicios las otras culturas y lenguas de su país en la medida en que también los conforman y enriquecen” (2020).