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Esperanza Aguilera

Ramón López Velarde


 Imagen del poeta Ramón López Velarde en el Museo Casa del poeta Ramón López Velarde. Texto que dice "Como la sota moza, patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagros, como la lotería"
Ramón López Velarde en el Museo Casa del Poeta. Mariann Villegas. Wikimedia. CC BY-SA 4.0

Hijo de José Guadalupe López Velarde y María Trinidad Berumen, Ramón López Velarde nace en Jerez Zacatecas un 15 de junio de 1888 y es registrado bajo el nombre completo de José Ramón Modesto López Velarde Berumen. Nacido en el seno de una familia católica provinciana, López Velarde recibe una educación religiosa desde temprana edad, hecho que marca un punto clave en su obra. Durante su adolescencia se enamora de Josefa de los Ríos, este amor lo inspirará a escribir poemas como “Elogio a Fuensanta” (1908), donde ya se vislumbra la mezcla entre amor y religiosidad que después se transformará en uno de los temas más recurrentes de su poesía: la dualidad de lo erótico y lo religioso.


A los catorce años se traslada con su familia a Aguascalientes, donde entra a la Academia Latina León XII y un par de años más tarde se muda a San Luis Potosí para estudiar Leyes. En 1910 López Velarde comienza a verse interesado por la política, época en que conoce a Francisco I. Madero y apoya su movimiento; para ello, se traslada a la capital, donde conoce, algunos años más tarde, a escritores como José Juan Tablada y Enrique González Martínez. Finalmente, tras el golpe de estado de Huerta, López Velarde decide dedicarse menos a los aspectos políticos y más a su escritura.


La producción de Velarde fue breve pero intensa, en 1905 ve la luz su primer poema “A un imposible”, publicado en el semanario El observador, a cargo del periodista y abogado Eduardo José Correa, con quien entabló una amistad. Durante varios años publicó textos en prosa y verso en diversas revistas, pero es hasta 1916 que publica su primer poemario: La sangre devota. Pocos años más tarde sale a la luz su segundo libro, Zozobra (1919), que es también el último que pudo ver publicado. El poeta zacatecano fallece a los treinta y tres años, pero después de su muerte se editaron obras como: El minutero (1923), El son del corazón (1932) y Don Febrero y otras prosas (1952).


De esta misma suerte, López Velarde tuvo una participación muy activa en diversas revistas: colabora con la revista Kalendas de Lagos de Moreno en 1908, donde publica por primera vez “Elogio a Fuensanta”; en 1906 funda junto con Pedro de Alba, Enrique Fernández Ledesma y José Villalobos Franco, la revista Bohemio, donde escribe bajo el pseudónimo de “Ricardo Wencer Olivares”. Entre 1908 y 1909 colabora en distintos periódicos de Guadalajara y Aguascalientes dirigidos por su amigo Correa, como El regional, Nosotros y El debate. Para enero de 1914 se muda definitivamente a la Ciudad de México y ahí escribe para Revista de revistas hasta 1917; entre 1915 y 1916 publica en Vida moderna, dirigido por González Peña. En 1917 el poeta tiene la oportunidad de dirigir Pegaso junto con sus compañeros Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo, sin embargo, esta actividad dura solo cuatro meses. Finalmente, en 1921 colabora en la revista impulsada por José Vasconcelos: El maestro (1921-1923), donde se lee por primera vez “La suave Patria”, poema que el escritor no logra ver publicado, pues muere poco antes.


López Velarde comienza a escribir en los primeros años del siglo XX, entre un modernismo bien consolidado, problemas sociales que guían a la revolución y un régimen porfirista decadente. Podríamos decir acaso que es contemporáneo de los modernistas, sin embargo, su obra no pertenece exactamente a este movimiento, “su poesía quiebra el modernismo e irrumpe en la modernidad” (Gómez del Campo, 1996, p.1). Asimismo, poco antes de la revolución política, se venía gestando una revolución cultural de jóvenes escritores que veían en la educación y la literatura el medio perfecto para un cambio ante las injusticias del gobierno de Díaz, esto da pie a la fundación del Ateneo de la Juventud a finales de 1909. Según menciona Phillips (1988), podemos notar en los ateneístas ya un interés por “la revaloración y el estudio de la cultura y esencias patrias”, interés que compartirá algunos años más tarde López Velarde (p.30).


Así, el poeta Zacatecano desarrolla su poesía entre distintos movimientos, sin poder encasillarlo en uno en específico. Lo único en lo que la crítica logra coincidir es en que López Velarde es, si no el más grande, uno de los más importantes poetas del siglo XX; “ni modernista, ni posmodernista, ni vanguardista, sino autor de transición y uno de los iniciadores de la poesía moderna mexicana” (Suarez, 1976, p.2). Por lo anterior, su obra mantiene influencia de escritores como Amado Nervo, Leopoldo Lugones y Jules Laforgue. También, para escritores como Octavio Paz (2010), la influencia de Baudelaire en López Velarde es indudable, pues ambos mantienen “el mismo amor por el sacrilegio”. Sin duda, su poesía tiene influencia de los simbolistas y una mezcla de erotismo y muerte muy al gusto de Baudelaire puede verse en algunos versos de Velarde:


mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó.

(“Te honro en el espanto”).


Si bien las mujeres, el amor y lo religioso son temas recurrentes en la poesía de López Velarde, lo es también la provincia. Una provincia siempre cargada de nostalgia y añoranza, a la que siempre ha de volver el poeta, de una u otra manera, a través de su poesía. Suárez reconoce una primera etapa en la poesía de Velarde, marcada por la sencillez, las costumbres y tradiciones de la provincia. En esta etapa el poeta escribe sobre lo cotidiano, los pequeños detalles y las cosas simples, a esta pertenecen sobre todo los poemas de La sangre devota; una segunda etapa se desarrolla poco después de que el poeta se traslada a la ciudad, “se vuelve más profundo [y] esotérico” (p. 416).


Asimismo, el estilo de López Velarde siempre se caracterizó por ser irónico, para Paz esto denota la influencia de escritores como Lugones y Laforgue, la diferencia entre estos es que, en comparación con Lugones, “Laforgue y López Velarde […] esconden una inherente tristeza bajo la máscara de la ironía” (Paz, 2010). Por este constante sentido irónico, no agradó nada a críticos como Alfonso Reyes el poema “La suave Patria” y que convirtieran a López Velarde en poeta nacionalista. Pues mientras unos leían en el poema un intento entusiasta de erigir la nación, para otros, como Reyes, se trataba de “una parodia muy cruel de las intenciones patrióticas y nacionalistas más nobles” (Espinasa, 2015, p.53).


Nacionalista o no, López Velarde marcó un cambió en la poesía y la cultura mexicana: su poesía se continúa leyendo, e incluso, podemos ver “ecos suyos” algunas generaciones después, en poetas como Ricardo Molinari y Silvina Ocampo (Paz, 2010). “La suave Patria” fue introducido como lectura obligatoria en las escuelas durante muchos años; aun la crítica discute la posible influencia de este poema en el muralismo mexicano. “La patria fue, sin duda, el descubrimiento más plausible de López Velarde, porque, teniéndola al alcance de la mano, nadie antes de él quiso enterarse de su existencia” (Gorostiza, 1924, p. 23)..



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