En tiempos de la Revolución Mexicana, nace el poeta Rubén Bonifaz Nuño, hijo de Rubén Bonifaz Rojas y Sara Nuño Scott, en Córdoba, Veracruz, el 12 de noviembre de 1923. Su padre era telegrafista del gobierno, por ello su familia tuvo que cambiar de vivienda frecuentemente y así llegaron a la Ciudad de México a finales de la Revolución Mexicana. Por parte de su hermano mayor, Alberto Bonifaz —ensayista, narrador, dramaturgo y publicista de la Dirección General de Publicaciones de la UNAM—, ganó gusto e influencia por la escritura. En una entrevista realizada por Josefina Estrada en 2009, se conocen más influencias o acercamientos hacia la literatura por parte de Rubén Bonifaz: “Las canciones de Gabilondo Soler son unos de los elementos básicos de mi experiencia literaria. Como aproximación a la poesía escuchada. La poesía no se escribe nunca para los ojos; se escribe siempre para las orejas” (p. 38).
Además, en dicha entrevista conocemos gustos, influjos, recuerdos de su infancia y juventud, entre otras cosas sobre el poeta. Por ejemplo los libros de aventuras, el gusto por la historia y la cultura de México y la estimación hacia los pueblos originarios. Entre sus intereses también estaban Los miserables de Víctor Hugo y los clásicos como La Ilíada y La odisea de Homero. El primer poeta que leyó fue Gustavo Adolfo Bécquer: “lo entendí bien cuando era ya experto en literatura, pero me sedujo desde el principio, traté de imitarlo cuando hacía mis primeros versos” (p. 43).
Con el paso del tiempo, decidió estudiar Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, fue profesor de latín en 1960 en la Universidad Nacional Autónoma de México y en 1971 obtuvo el doctorado en Letras Clásicas. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua en 1963, aunque años después renunció, y en 1972 fue integrante de El Colegio Nacional. Por medio de la UNAM obtuvo diversos cargos:
desde jefe de redacción de la Dirección General de Información, hasta director del Instituto de Investigaciones Filológicas, así como también de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana a partir de 1970. En 1989 fue nombrado investigador emérito de la UNAM y, en 1992, Investigador Nacional Emérito. Tradujo numerosos textos clásicos grecolatinos […] Además de sus notables traducciones del latín y del griego, escribió ocho obras de interpretación crítica relativas a la cosmogonía del mundo prehispánico con base en el estudio de su escultura. (El Colegio Nacional, párr. 2)
Entre las obras que tradujo se encuentran: la Eneida de Virgilio, La Ilíada de Homero, Las metamorfosis, Arte de amar y Remedios de amor de Ovidio, entre otras. Publicó diversos poemarios, pero los más destacados son: Imágenes de 1953; Los demonios y los días de 1956; El manto y la corona de 1958; Fuego de pobres de 1961; Siete de espadas de 1966; El ala del tigre de 1969 y Albur de amor de 1987. José Emilio Pacheco (1965) menciona algunas características y ofrece sus comentarios sobre la poesía de Rubén Bonifaz Nuño:
dominó primero las disciplinas tradicionales para forjar después su propio cauce. De la perfección formal (Imágenes, 1953) pasó a lo cotidiano, a lo prosaico. Encontró allí la raíz de Los demonios y los días (1956), poemas de protesta que se nutren del malestar contemporáneo, no del fácil optimismo. Su siguiente libro, El manto y la corona (1958) está bellamente concebido como un canto de amor en varias estancias. Su unidad es la naturaleza contradictoria del sentimiento amoroso que, pese al desplome que trae consigo, es la única manera de trascender la irremediable soledad, el vacío. Fuego de pobres (1961) es hasta hoy el libro más perfecto de Rubén Bonifaz Nuño y una obra extraordinariamente significativa. Toda su experiencia anterior y la cercanía con los poetas nahuas y latinos se suman al íntimo conocimiento de la realidad de que saldrán sus versos. (p. 214)
La literatura mexicana de los años cincuenta representa un cambio o, mejor dicho, un sobresalto en temas, conceptos y modelos; el manejo de la crítica, y la reintegración de temas históricos que se dejaron en el olvido, como la preocupación por representar los problemas de las comunidades originarias, aquello que en ese tiempo se llamó indigenismo.
Rubén Bonifaz tuvo influencia de los textos clásicos, históricos y de aventura, lo cual plasmó en su poesía. El poeta veracruzano resaltó temas cotidianos como el amor, la soledad, la libertad, los problemas sociales, entre otros, pero un rasgo importante de su poesía es el lenguaje coloquial y directo, un ejemplo es la siguiente estrofa de “Desde la tristeza que se desploma” del poemario Los demonios y los días:
Escribo mi carta para decirles
que esto es lo que pasa: estamos enfermos
del tiempo, del aire mismo,
de la pesadumbre que respiramos,
de la soledad que se nos impone.
El pasado de las culturas que preceden a México en la región son tratadas en poemas como “¿Y hemos de llorar porque algún día” del poemario El ala del tigre donde se trabajan algunos de los símbolos característicos de las civilizaciones del centro del país:
¿Y hemos de llorar porque algún día
sufriremos? Sobre los amantes
da vueltas el sol, y con sus brazos.
Amigos míos de un instante
que ya pasó, regocijémonos
entre risas y guirnaldas muertas.
Aquí las águilas, los tigres,
el corazón prestado; en préstamo
dados el gozo y la amargura;
la muerte, acaso para siempre,
por hacerte vivir; por alegrarte
tengo, entre huesos, triste el alma.
El poeta, investigador y traductor recibió diversos premios y reconocimientos gracias al gran trabajo en su carrera literaria, entre ellos se encuentran el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1974; el Premio Jorge Cuesta en 1985; en 1992 el doctorado honoris causa por la Universidad Veracruzana; el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde en el 2000; entre otros. Murió el 31 de enero del 2013 en la Ciudad de México no sin antes enseñarnos el camino de orgullo y honor que debemos tener hacia nuestros ancestros.
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