Alrededor de las dos de la tarde los pueblos yucatecos duermen; en sus calles anchas, de casas amarillas con aroma a pan de leña, impera un silencio sepulcral. El pueblo duerme con la promesa de una vida larga, cuya calidad se consagra a las tardes de un sopor inescapable. Los ancianos dicen que así se vive mejor y se vive más, que por eso los puestos de comida se detienen cuando llega la hora y en la noche se reactivan las fiestas populares y la algarabía de los vecindarios se alza con el ímpetu de un huracán. Sin embargo, lo cierto es que no se duerme en cualquier momento del día, se rumora que debe ser cuando el sol está en su punto más alto y la comida, antes servida, descansa en el fondo de una panza hinchada. Se cuelgan las hamacas y ya nadie habla. Es “la siesta de la longevidad” como se nombra en los hogares de Yucatán.
Según se explica en el artículo “Bases anatómicas del sueño”, el sueño se define como un estado biológico que es:
activo, periódico, en el que se distinguen las etapas NREM y REM, que se alternan sucesivamente durante la noche. Intervienen los relojes biológicos en la modulación del sistema, así como neurotransmisores específicos. Se trata de una red neuronal compleja, en la que intervienen diversas zonas del sistema nervioso central. Los procesos oníricos están controlados además de forma neural. (Velayos et al., 2007: 7)
En otras palabras, el sueño se entiende como el momento en el que hay un intercambio en partes distintas del encéfalo y que colocan al individuo en un estado parcial de inmovilidad e inconsciencia; se trata de un estado con fases que se alternan continuamente y que implican la presencia de una actividad neuronal innegablemente compleja. La etapa NREM comprende cuatro fases que incluye la somnolencia, el sueño ligero y, finalmente, el sueño profundo; mientras que la etapa de REM o sueño REM consiste en el “rapid eye movements” (Velayos et al., 2007: 8), lo que se traduce como los movimientos oculares rápidos que se experimentan al dormir, debido a la activación del tronco encefálico.
Existe una relación entre el llamado reloj biológico, que se estudia en el artículo referido, y la conocida “siesta de la longevidad”, experimentada colectiva y generacionalmente en el estado de Yucatán:
De por sí, el ritmo sueño-vigilia es cada 25-29 horas, según se ha estudiado experimentalmente en voluntarios encerrados en una habitación a la que no llegan las influencias exteriores. Pero la presión del sueño aumenta en torno a las dos de la tarde, lo que explica que sea fisiológico sentir sueño después de comer. La voluntad puede evitar el dormir después de comer. (Velayos et al., 2007: 9)
Si bien “la voluntad puede evitar el dormir después de comer”, esta práctica de interés comunal y con la que se advierten procesos de vinculación y relación todavía se realiza en el estado, donde aproximadamente una hora después de comer se descansa, durante un tiempo no muy prolongado, con la intención de recuperar las fuerzas perdidas para continuar con las actividades del día:
se recomienda dormir alrededor de 15 a 30 minutos máximo, sobre todo, si después vamos a ejecutar una tarea que demande nuestros procesos cognitivos. [...] Después de esta siesta, nos sentiremos refrescados, energizados y realizaremos una gran cantidad de actividades igual que si nos hubiéramos recién levantando por la mañana. (UNAM Global, 2017, párr. 11-12)
Lo que, desde luego, tiene repercusiones positivas en la salud de los individuos, como asegura el Dr. Ceña Callejo, ya que “una buena y adecuada cantidad y calidad del sueño nos ayuda a proteger nuestra salud física y mental, proporcionándonos una mejor calidad de vida” (Ceña, 2017: 91).
“La siesta de la longevidad” se ve presente con mayor frecuencia en los pueblos del estado, más que propiamente en la ciudad, por lo que a menudo se dice que las tardes donde prepondera un silencio ominoso resultan desanimadas y soporíferas. En sus calles abandonadas rebosan los árboles frutales, se mecen las ramas y los jaimitos terminan estrellados en el pavimento medio roto atrayendo moscas y uno que otro perro despistado, buscando algo de sombra bajo la fronda de un arbusto.
En aquellos días de sol albaricoque, las gallinas revoloteaban por entre los corrales y un cielo azulón; en ese momento me recostaba en la hamaca junto a mi abuelo con el bochorno de un estío espeso e interminable. Cuando se hizo demasiado mayor para seguir manejando, yo le preguntaba cómo le hizo para vivir tanto y él hablaba entonces de “la siesta de la longevidad”. Duerme en la tarde, decía él, así la vida pesa un poco menos.
Comments